Encender chispas, que acompañen al estudiante más allá de la clase.
Ser un buen maestro es mirar a cada uno de ellos como único e irrepetible, y acompañar sus ritmos con empatía. Esto no significa perder autoridad pedagógica: a veces habrá que empujar amigablemente, otras esperar con paciencia y, en ocasiones, apartarse a tiempo.
El buen maestro no se obsesiona con tener todas las respuestas —además, no las tiene— y entiende que hoy, la tecnología ofrece un acceso inagotable a la información. Enseña, sí, pero también da herramientas para que cada estudiante pueda discernir por sí mismo lo verdadero de lo que no lo es.
Una de sus tareas es formular buenas preguntas, porque una sola, puede enseñar más que una clase entera.
Un buen maestro inspira con su ejemplo, vive lo que dice y mantiene su propia curiosidad, para poder contagiarla.
Su mayor logro no será que lo sigan al pie de la letra, sino que esos estudiantes, sean capaces de realizar sus propias búsquedas, ya sin él.
Ser maestro es hacerse prescindible, aunque inolvidable.
CT