Una semana en Japón
En el sueño, no había aeropuertos, ni tours, ni templos.
Solo una mesa baja, una pareja amiga, y una chica que apareció sin anunciarse.
No me miró.
No me habló.
Pero algo se activó como una vieja trampa:
deseo sin objeto, ternura mal ubicada, absurdo con levísimo perfume a algo más.
No le hablé. No me habló.
Pero algo se encendió.
Pensé: “¡Es demasiado joven! ¡Qué ridículo!”
Después de unas copas, no sé cómo, estaba en su departamento,
con un muchacho que me dijo ser su hermano.
El lugar era minimalista, sobrio.
Él me dice:
— Ahí está el hijo de mi hermana. Ella ya viene.
Minutos, no sé cuántos.
Ella entra con amigos.
Ríen.
Pasa a mi lado casi sin mirarme.
Me voy discretamente.
No era para mí.
Ni ella.
Ni Japón. Ni el momento.
Siquiera esa historia.
— El yo que sueña
Casa Tomada