Publicamos dos cuentos, en enero de 2023. Hoy los traemos para jugar.
Y si cambiamos el final?
¿Y si en vez de un presidente hay una presidenta, cambia todo?
¿Y si al que salta al mar… en realidad lo empujaron?
¿Te animás a proponer otra versión?
Podés cambiar un personaje, un hecho o el desenlace.
Las respuestas más creativas las vamos a compartir en nuestras redes (con crédito, claro).
Comentá en redes o escribinos por mensaje. Que sea con libertad, humor o intriga. Esto es Casa Tomada. Y los cuentos, una excusa.
Lycosa hispanica
1
De pie en el balcón observó la vida que abajo transcurría caótica. Sabía que el salto hacia la nada sería una pequeña noticia en el diario, que por cierto detestaba.
Se apoyó en la baranda fría y miró los techos con escombros, frentes recién pintados, carteles aun apagados de la tarde. Cabezas que se desplazaban como pequeños ríos de gente, que a su vez se cruzaban con otros. Tenía el rostro cansado.
Regresó a su cama. Acostándose, cerró los ojos pensativos por un rato. Tomó su celular y puso YouTube. Buscó "Ojalá", de Rodríguez y la repitió decenas de veces.
Pasó una hora. Fue hasta el pequeño baño. Mojó su cara. Y así, nada más, caminó hasta el borde de la baranda, y se lanzó al vacío.
Abajo no era la calle sino un pasaje peatonal semicircular. Por ahí hacía yo mi camino diario hacia la redacción del portal, justo en ese instante. Y fue como la escena de una película. No pareció estar sucediendo. El golpe brutal, seco. Busqué con la mía vanamente la mirada en ese cuerpo roto, muerto.
2
La renuncia y muerte del presidente de la república había sucedido esa misma mañana aunque la noticia explotó por la tarde, tarde. Carlos Delacalle no fue a la casa de gobierno. Se quedó en la residencia y un guardia escuchó el disparo dentro de la habitación.
- El suicida se llamaba Ernesto Baldini y estuvo en Buenos Aires horas antes de su muerte, con el presidente. Me lo decía Juan Iturbe por WhatsApp; quedé helado.
Pacté un encuentro urgente. En el café había poca gente y el aroma a cacao se sentía desde la puerta. Iturbe era subcomisario de investigaciones. Sus aportes eran buenos.
- Hola Juan- le dije.
- Hola - contestó visiblemente preocupado.
- Qué sabés.
- Baldini era un asesor de confianza del presidente. Vivía en Córdoba y en Buenos Aires. Licenciado en Relaciones Internacionales. A la mañana tomó un vuelo desde Aeroparque hasta Córdoba. Además, son parientes cercanos, primos hermanos.
Delacalle también se suicidó. Ese era el dictamen del cuerpo de peritos. Un disparo en la sien derecha con una Glock 9 mm.
3
Pasaron un par de semanas hasta que Iturbe me mando otro WhatsApp sin saludarme:
- La ex de Baldini es médica. Se fue a vivir a Tucumán- y me pasó un teléfono.
Cuando llamé atendió un hombre. Dijo que era un amigo, y que ella había viajado a Mar del Plata, por problemas de salud de su padre. Me dio un número.
Marqué y del otro lado atendió una voz juvenil pero firme. Clara, así se llamaba, tenía resquemor de hablar del tema. La tranquilicé. Y quedamos en vernos personalmente.
A la mañana siguiente estaba tomando un vuelo a Buenos Aires, con combinación a Mar del Plata.
El viaje fue horrible. Apenas pude beber un café amargo. Ya en Capital no había avión de inmediato a Mar del Plata por una huelga, y decidí ir hasta la Terminal de Retiro y seguir en micro.
Llegue exhausto. Me encontré directamente con Clara.
Era una mujer delgada, de mirada vivaz, y cabello negro.
- Ernesto era algo inestable pero nunca pensé que podría hacer algo así - me dijo apenas nos vimos.
- ¿Había recibido amenazas, algo que relacione su muerte con la del presidente?
- El trabajo le imponía un ritmo de vida que le costaba seguir; estaba durante la semana en Buenos Aires y los fines de semana nos veíamos en Córdoba. Varias veces lo vi superado, pero amaba lo que hacía. No sé qué lo hizo tomar esa decisión – me dijo.
- ¿Algo extraño, fuera de lo común.
- ... nombraba últimamente a una mujer que influía en su primo. Sofía…
Después del encuentro caminé por la costanera a la altura de la base naval. El mar estaba calmo, había viento y buques en el horizonte.
Pregunté con mi teléfono si había servicio de trenes a Buenos Aires. Dijeron que sí. Decidí volver así para ver si surgía algo. No, pero el viaje fue agradable.
Ya en Constitución tomé un taxi al departamento de una familiar. Ella había viajado a Rosario, y me dejó las llaves con el encargado. En un pequeño café en la esquina, me encontré con Claudio.
Claudio era economista, y sobre todo, tenía acceso a la Casa de Gobierno. De algún modo acercarme a la muerte del suicida Baldini, sentía que podía tener relación con la muerte del presidente.
- Mirá Antonio - me dijo- Creo que lo que paso con el presidente Delacalle fue personal, no tiene nada que ver la política… una mujer se comenta.
Otra vez aparecía la mujer.
Delacalle era joven y soltero, una novedad en la Argentina. Claudio no sabía, pero no faltaba mucho tiempo para que, casi por azar, me encontrara con ella..
4
Las imágenes eran íntimas. En unas estaba el presidente Delacalle, en otras Baldini, pero la mujer era la misma. Me llegaron por correo, desde una casilla evidentemente trucha, acompañadas por una dirección.
Viajé hasta la casa que me resultó extravagante y no viene a cuento que detalle dónde se encontraba.
Ella era como una princesa egipcia. Me hizo pensar, no sé por qué, en algo que leí una vez, de una especie de araña mediterránea.
- Creo que está implicada en la muerte de dos personas, una de ellas el Presidente – le lancé de entrada y soltó una carcajada.
- Vea estas fotos – le dije.
- Que yo sepa no tiene nada de malo - me dijo casi sin mirarlas, con su fuerte barbilla alzada.
- ¿Por qué se mataron?
- Ellos quisieron sacárselas. ¡Somos grandes! Yo no tengo nada que ver.
Entonces amagó cerrar la puerta, hasta que le dije - Voy a publicarlas ...
Su cara se llenó de ira primero, pero rápidamente cambio. Y me envolvió en historias.
Las mentiras se sucedieron unas tras otras, y de no ser por mi oficio, quizás sonarían creíbles. La presioné hasta que me dijo:
- Ernesto Baldini mató al presidente. Lo mató porque ya no quería estar con él, y elegí a Carlos. Me dijo que iba a hacerlo y lo hizo. Ernesto Baldini mato al presidente.
- Mire este chat.
Me lo mostró:
- Lo maté. No te mato a vos porque te amo demasiado. Pero si no vas a estar conmigo no quiero vivir más.
- Estás loco.
- Sí. Totalmente. Y voy a matarme también.
- Matate infeliz – cerraba la conversación.
Salí de ahí caminando cuadras y cuadras. Pensando y pensando. Y me vino el nombre sin googlear. Lycosa hispánica. No sabía aún, si iba a publicarlo. Por Silvio Verliac
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Hombre al agua
1
Estábamos tomando whisky en el Casino. Cómodo, confortable, acogedor. Afuera, el océano era frío y apacible. No recuerdo si había luna, seguramente sí.
Iría recién por el segundo Johnnie, que calentaba el cuerpo y hacía las noches más placenteras, cuando escuchamos el grito desde la puerta: “¡Hombre al agua!”
Todos los que estábamos allí, unos treinta, sabíamos perfectamente lo que significaba. Salimos corriendo a la cubierta del barco, que comenzó a hacer la maniobra conocida como el ocho. Separar las hélices del infortunado caído a ese gélido mar, y luego volver al rescate.
Nos paramos, a esas alturas, casi toda la tripulación, a la distancia de un brazo, mirando, buscando, hurgando en el agua. Pasaban los minutos que se hicieron eternos. Nada. La vida, tan efímera, aunque todavía no lo había internalizado, podía ser más efímera aún. Transcurrió un cuarto de hora, y el oficial auditor, abogado, con quién serví al comienzo de la travesía, sin notar yo que estaba al lado mío, lanzo una frase que me estremeció: “Ya debe estar muerto”. El oficial médico, que también se encontraba en ese sector, dijo “hipotermia, estamos buscando un cadáver”.
Habían sido casi siete meses maravillosos, recorriendo medio mundo, cruzando el ancho del Pacífico, faltaban dos semanas para el regreso a casa, y de pronto, todo se dio vuelta patas para arriba.
Quedamos hasta casi el amanecer, haciendo círculos donde se había producido la caída, de menor a mayor, y viceversa. Ni siquiera el salvavidas lanzado de telgopor naranja, se dejó ver. Como si el océano se los hubiera tragado de la superficie.
2
El oficial auditor del que les hablé debió iniciar un informe, sumario, entrevistando a quienes estaban junto al cabo primero Medina, 24 años, desaparecido en el sur del Océano Pacífico, entre la Isla de Pascua y Punta Arenas.
González les tomó declaración a los cinco suboficiales. Por separado, uno a uno.
- Estábamos en la ballenera, bebiendo y festejando, porque volvíamos a casa, y porque Medina se iba a casar apenas llegáramos.
- Estábamos un poco borrachos; de pronto Medina se paró, fue hasta la borda, y dijo: “Voy a saltar”, y saltó.
- Sí, sí. Sin mediar una discusión, sin más, fue hasta la borda, y saltó.
- Habremos tomado cinco botellas de whiskey entre los cinco. Estábamos felices.
- No hubo ni había ningún problema. Medina, saltó de repente. No nos dio tiempo a nada. No puedo creerlo.
Misterio. ¿Un joven, que está regresando a su hogar, que tiene planeado casarse - debiéndose presumir que estaba enamorado - se tira al mar insondable, sabiendo que tiene altísimas posibilidades de morir?
Los relatos eran más o menos coincidentes. Estaban ebrios, confesado por ellos mismos, pero no había lugar para sospechas.
A falta de una teoría, creé una. Para encontrar el sentido a su muerte, ya que encontrarle sentido a la vida es una pregunta equivocada.
Medina recibió una carta de su novia. Había roto el compromiso, siete meses es mucho tiempo, y lo había pensado mejor.
Medina lo ocultó, quizás por vergüenza, quizás por angustia y tristeza. Pero la terrible verdad fue carcomiéndolo. Esa noche de festejos, Medina, con el alcohol tomó coraje, y fue a contarle vaya a saber a quién, su desgracia. Por Silvio Verliac
Casa Tomada